3 de noviembre de 2015

Monstruos de Verdad

Después del finde de Halloween, con sus pesadas ultradefensoras (que ahora son todas especialistas en historia celta) y sus cansinas ultracontrarias (que son de hacer buñuelos, huesos de santo e ir de rodillas hasta el cementerio) las redes sociales parecían más un concilio religioso que una diversión intrascendente, y es que en este país no podemos ser más intensas. Y luego está ese cacao de que para los estadounidenses es una ocasión de carnaval para enseñar carne y aquí, que somos más papistas que el Papa, no parece que toleremos más que los fantasmas, las brujas y los muertos en general.

Aquí el papa Formoso, a quien sacaron de la tumba para juzgarlo.
Toma Halloween y toma Papa
Al grano, maricón. A mi, de siempre, me han dado miedo los fantasmas, los vampiros, los muertos vivientes y todo eso. Ahora ya no, porque uno es adulto, pero bueno, tampoco me pongo a ver una película de terror si estoy solo y es de noche porque aunque ya no se hace terror como el de antes, hay cada cosita que se te queda grababa en la retina y te quedas acongojadito para los restos...

Promesa electoral (representación gráfica)
De las últimas películas de terror que habré visto no me acuerdo con terror de ninguna, aunque sí con horror, porque eran muy malas, en plan sacar el muerto enseguida y confundir gore y sangre con miedo. La diferencia entre Poltergeist de toda la vida, el de Spielberg, y el refrito que estrenaron hace poco es que en el primero todo es sutil, no ves un sólo cadáver pútrido hasta el final, mientras que en el segundo todo es muertos vivientes, y, claro, si no hay suspense no vale. Ahí está la cuestión, el suspense, el no saber lo que iba a ocurrir y para eso, personalmente, los grandes maestros del terror son Antoine de Saint-Exupéry, Johanna Spyri y Edmondo de Amicus, creadores, respectivamente, de El Principito, Heidi y Marco.

"Pero qué coño dice ahora esta puta loca de Heidi y Marco!?"
¿Qué? ¿Que no? ¿Pero es que no os angustiaba de pequeños que hubiese un niño que vivía solo en medio de la nada en un planeta enano con una rosa que hablaba? ¿O que una boa constrictor se comiese a un puto elefante? Pero por el amor del cielo, ¿qué engendro era eso? ¡Que al final se lo llevaban unos pájaros volando por el cielo o no sé qué horror! ¡Cómo no voy a estar traumatizado! ¡Y la otra, Heidi, que se columpiaba desde las nubes en el vacío infinito! De dónde colgaba el puto columpio!?
Ya sabemos por qué se quedó paralítica Clarita
Y lo peor era esa vida de mierda que llevaba, con un abuelo que era un amargado, una amiga paralítica, venga a de llorar y de llorar, con todo nevado y congelado y la otra en faldas, viviendo en ninguna parte entre montañas empinadísimas... Vamos, que me pasa a mi eso y me tiro del columpio para suicidarme. Y luego el otro, Marco, un niño de qué? ¿Ocho años? ¿Diez? ¿Doce pero con evidentes signos de enanismo? Viajando solo, sin dinero, buscando a su madre que estaba en Sudamérica... ¡de los Apeninos a los Andes! ¡Con un océano entre medias! ¿Es que no podía haberse ido la señora a Salamanca? ¡Pero qué puto horror, por dios! ¡Qué ansiedad de existencia! Y todo en el siglo XIX... y con un mono que, por cierto, se llamaba Amedio y no Amelio. 

Y con un poncho, como Chavela Vargas.
Yo, qué queréis que os diga, pienso en miedo y ansiedad y no pienso ni en fantasmas ni en poseídos ni en sombras ni en vampiros, sólo me acuerdo de estos seres de fantasía que supuestamente son para niños y que tenían existencias horrendas, absurdas y, encima, tienes que aguantar cómo, al hablar de ellos, la gente diga "Oh, el Principito, qué maravilla!", ¿maravilla de qué? ¿De aislamiento social? ¿De niño bajo los efectos de las drogas que le habla a las plantas y los animales de su planeta de seis metros cúbicos? Y, encima, cuando sale de su miniplaneta acaba en un desierto, ¡un desierto, joder!... Y con una serpiente...

Así que como para no darme a la bebida, amigos, en la noche de Halloween, que no me lo pude pasar mejor entre amigos, pelucas, antifaces, alcohol y la policía, que llegó a última hora para echarnos de casa porque nos habíamos pasado tres pueblos con los bailes y danzas y demás.

"¡Me fonfunde ufted, cafallero!"


1 comentario:

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Piiiiip

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